Capital, marzo 2020
El presidente Alberto Fernández anunció esta tarde en conferencia de prensa la suspensión del dictado de clases presenciales en todas las escuelas del país…
¿Quién no soñó alguna vez con una suspensión de clases indefinida? Una especie de deseo ingenuo que ahora, de grandes (y tal vez docentes) no quisiéramos de manera consciente que se cumpliera y que, sin embargo, está ahí, todavía en el fondo. El motivo podría ser un fenómeno meteorológico o algo que no pusiera en peligro nuestras vidas ni las de nuestros seres queridos, pero que nos obligue a dar media vuelta en la cama sin tener que levantarnos a las 5:20 para ir a trabajar.
El día en que ese sueño se me cumplió era lunes y ya me había olvidado de él.
Sentados en un aula, formando un círculo, en la reunión departamental, los de Lengua y Expresión éramos quince; todavía no usábamos barbijo y casi no nos distanciábamos dentro de los lugares cerrados. Fuimos a la escuela ese lunes para organizarnos, o porque los docentes son los últimos que dejan las aulas, o porque, por demasiado bueno o malo, eso no podía estar sucediendo. “Yo ya les subí tarea para quince días, supongo que después volvemos”. La de Tecnología lo dijo como tres veces y nadie le respondió. Lo más urgente por hacer era terminar de definir los usuarios de una plataforma virtual que, hasta el momento, sólo había servido para adornar la imagen de la escuela; no todos los docentes estaban redireccionados a sus nuevos cursos, no todos sabíamos usarla. Yo no figuraba en ningún lado, había comenzado a trabajar en esa escuela el 6 de marzo y contaba sólo con una semana de clases en el edificio.
Provincia, marzo 2020
Tengo dos manuales de sexto, tengo dos Crónicas marcianas, un solo Sabueso de los Baskerville. Todo eso me quedó en la escuela. A Crónicas y al Sabueso se los consigue en formato digital, pero al manual, no. Parece una pavada, pero lo necesito. Ya no tengo aula, no tengo escuela, no puedo acercarme a los chicos, pero las clases siguen y yo necesito por lo menos ese libro. Así que se lo explico a la directora. Al día siguiente me envía capturas del manual; todas y cada una de las páginas por unidades, tomadas con el celular. Son las fotos más horribles que vi, pero valoro hasta las lágrimas el esfuerzo.
Uno de los problemas más importantes en el período virtual fue la manera de calificar. No hubo directivas muy específicas. Desde el Ministerio se repitió hasta el cansancio la frase sin sentido “evaluar, no calificar”. Esa era una mentira en sí misma. Sí tendríamos que calificar, pero sin números y sin que los chicos se llevaran la materia.
El problema se puso en evidencia cuando estábamos cerca del cierre del primer trimestre. En la escuela de Olivos nos convocaron para que armáramos una rúbrica (planilla de calificación por competencias). Luego, juntaron las de todas las áreas e hicieron un Frankenstein imposible de manejar. Esto se había sumado a la cantidad de horas frente a la computadora para aprender a usar las herramientas, dar clases, responder mails y mensajes en Classroom, y a la cantidad de trabajos que había que corregir por semana para no perder el control total (ni de nosotros hacia los chicos ni de los directivos hacia nosotros).
Capital, abril 2020
Primera reunión virtual del departamento de Lengua y Expresión. Ya tenemos en marcha las aulas en la plataforma, y la comunicación con los cursos es bastante fluida. Luego de los saludos y la catarsis correspondiente, de ver nuestras caras en el extrañamiento que producía, en el principio, una reunión virtual, el cuadrado verde de Sandra se ilumina y deja caer el primer dardo encendido:
-Necesitamos tener algún contacto visual con los chicos, aunque sea virtual. Creo que vamos a tener que usar Zoom cuando necesitemos decirles algo cara a cara; esto va para largo.
-No, imposible. Olvidate. Yo no sé cómo funciona esto, no sé ni cómo hice para conectarme ahora. Además es peligroso, es exponer a los chicos, exponer nuestros hogares…
En una especie de afirmación divina, Laura desaparece de la reunión. Volverá cuando, luego de una discusión acalorada, hayamos resuelto que nadie insistiría con el tema, para no perjudicar a quienes no podían dar clases virtuales por motivos particulares: hijos pequeños, falta de espacio, de recursos tecnológicos, etc.
A los dos días, la dirección nos envía una planilla en la que estamos todos anotados, con nuestros horarios y nuestros usuarios, “invitándonos” a que demos clases por la plataforma Zoom. Las familias no pagarán las cuotas si la escuela no enseña, y “no queremos que suceda lo mismo que en otras escuelas, donde tuvieron que reducir el salario de los docentes por falta de presupuesto”.
Provincia, septiembre 2020
Llevo el trípode a la cocina, acomodo la cámara en un ángulo conveniente. Saco los paquetes de galletitas, el dulce de leche y el queso crema, los guantes y el barbijo. Cuando enciendo la cámara, tengo una leve idea de lo que voy a decir:
“¡Hola! Estoy muy emocionada de cocinar para ustedes”. Levanto los ingredientes como si fueran trofeos y sonrío. “Voy a hacerles chocotorta …”
La mayoría de los profesores viven cerca de Olivos, pero yo en marzo sentí que los kilómetros que siempre me habían separado de la escuela se estiraban, que la General Paz se iba convirtiendo en el muro de Trump.
Ahora, nos propusimos llenar de sorpresas a los chicos de sexto año. Algunos profesores los visitarán en la puerta de sus casas con una merienda; los que vivimos más lejos cocinaremos para ellos. La directora se encargará de buscar las cosas y ser el nexo entre unos y otros. El chat de la escuela explota de emoción. Tal vez perdimos el norte, o tal vez la educación siempre tuvo que ser esta especie de sacerdocio/voluntariado y no nos lo dijeron en el profesorado.
Mi espacio físico se expande: también mi cocina es aula. Ya hace rato que la jornada de trabajo comenzó a mezclarse con el resto del día. Anoche a la una de la madrugada estaba respondiendo mails. Los adolescentes tienden a trabajar de noche y dormir de día, y en cierto modo, lograron contagiarnos.
Capital, octubre 2020
Son las 8:20 del lunes. Ya no me levanto a las 5.20 pero, como trabajo hasta mucho más tarde, también me cuesta despertarme a esta hora. Tengo 40’ para desayunar antes de que comience mi clase. Así que mientras se filtra el café, arrastro un mueblecito en frente de la pizarra, para apoyar la laptop. Hoy a primer año le toca análisis sintáctico.
“Buen día, profe”, me saluda Nacho antes de hacer entrar a los chicos. Los preceptores son los encargados de abrir las reuniones y tomar lista. Insistir en que enciendan las cámaras es una tarea imposible y de todos.
A las tres de la tarde leo noticias acerca de que, luego de tantos idas y vueltas con Ciudad, y de que Nicolás Trotta no se cansara de decir que la propuesta de Rodríguez Larreta y Soledad Acuña no tenía sustento alguno, “las clases comenzarán el martes en algunas escuelas de Capital”. Sé, porque vivo en este país, que, a pesar del circo político de discusiones sobre el tema, no faltará mucho para que en Provincia suceda lo mismo.
Si me preguntaran hoy, yo diría que esto funciona; en secundaria, en el ámbito privado, en estas dos escuelas en las que trabajo siempre hubo clases. A costa de mucho esfuerzo llegamos con los contenidos y ningún chico se quedó afuera.
Provincia, noviembre 2020
-Gaby, estamos con todos los preparativos acá. Hoy mismo el municipio nos avisó que van a recibir protocolos para la vuelta a las escuelas. Así que estamos planificando y llamándolos a algunos de ustedes para que estén con sexto año. Queríamos saber si podemos contar con vos…
El llamado desde Olivos aceleró mi corazón más que todas las clases por Zoom que había dado durante el año. Ahora es la escuela en la que más tiempo hace que trabajo, y es sexto año, los chicos que ya se van. Le expliqué con asombro que acababan de hacerme la misma propuesta desde la escuela de Villa del Parque, con diferencia de cinco minutos y de curso: me querían para una burbuja de primero. Yo había aceptado sin siquiera cuestionármelo, como si pensara que quienes deciden saben lo que hacen, por el bien de todos, o simplemente porque ya estoy configurada así: si hay aula, hay profesores, y yo soy una.
Entonces Mariana me explica que sólo se puede estar en una burbuja, de una sola escuela, así lo decidió el Ministerio por el bien de todos. Sin saberlo, elegí Capital cuando acepté la primera invitación.
Capital, 13 de noviembre 2020
Siento como si la escuela entera fuera una burbuja: todo demarcado, áreas vedadas, movimientos previamente calculados y clavados en el suelo con cintas amarillas de precaución. Sé que con primero nos toca en la “terraza del SUM” (ironía del destino). Tengo calor y temo que dejemos el último aliento detrás de cada barbijo. Mientras los chicos van llegando se les toma la temperatura y se los embadurna con alcohol. “Profe, ya sabés que los guantes no sirven para nada, ¿no?”. Así me saluda Agus, uno de los pocos que encendía la cámara en Zoom, así que me alivia reconocerlo. Pero no somos los mismos que en la virtualidad, es lo primero que me golpea en la cara; lo segundo será darme cuenta de que no aprendieron tanto como yo pensaba, descubrir algunos trucos que me van diciendo, porque el orgullo adolescente de contarlo les gana.
Les aviso que no voy a enseñar nada, esto es sólo para socializar. Luego me callo y les pido que hablen, que me aturdan, quiero disfrutar eso. Porque no es difícil volver a la escuela. Lo difícil ahora será convivir con las dos modalidades, ver a los mismos chicos en el SUM de la terraza y en el Zoom de la PC. Volver esta misma tarde a casa para encontrarme por Meet con los chicos de Provincia, ya sabiendo que tal vez no sirvió para mucho, que seguramente aprendieron menos, mucho menos de lo que yo sospechaba.
Al salir me siento rara. Los mismos chicos que adentro se mantenían a dos metros ahora se abrazan y van caminando juntos hasta la parada del colectivo. Subo al 134 para volver a casa después de ocho meses y siento que no pasó nada, todo circula como siempre, estamos todos, incluso el virus.

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